Comunicación asertiva

La comunicación abarca tantas dimensiones de nuestra existencia, que sería imposible abordarlas todas en un sólo artículo. En este texto, sólo hablaremos de la comunicación asertiva. La asertividad es la cualidad de expresarse con firmeza[1] y como competencia humana se observa en habilidades conversacionales que logran un equilibrio al expresar ideas, opiniones, necesidades y emociones de forma legítima, así como escuchar de forma empática.[2] Construir asertividad en la comunicación de cualquier espacio humano, suele ser una respuesta para solucionar problemas, mejorar hábitos -propios y compartidos- y alcanzar metas individuales y colectivas.

Aprender a comunicarnos de manera asertiva, requiere de otra habilidad mucho más básica para el ser humano: la de cultivar proximidad y relaciones de confianza con otros seres humanos, en mayor o menor intimidad según el ámbito, es decir, tener voluntad de formar parte de un equipo, responder de forma sana al impulso de formar parte de una colectividad o en palabras de Maturana “compartir espacio con otro como un legítimo otro en la convivencia, dando lugar al fenómeno de lo social a partir de la aceptación de los demás y por lo tanto, del respeto.” Sólo puedo construir comunicación asertiva en un entorno social donde hay otros con los que comparto un código y con los que construyo significados que se reflejan en acciones individuales y colectivas.

Al inicio, también mencionamos que es necesaria la firmeza y la expresión legítima y directa de ideas, opiniones, necesidades y emociones. Lograrlo e incorporarlo como una habilidad conversacional requiere un proceso de aprendizaje, pues en sí misma, esta habilidad requiere vincular la asertividad con un sólido auto-aprecio, es decir, la firmeza y la expresión directa y legítima está asociada al valor que una persona tiene por quien es, en consciencia de ser tan importantes como cualquier otra persona. Además, la aservitidad también requiere de encontrar el punto medio entre dos actitudes contrarias: la primera, la pasividad “tragárselo todo” sin decir lo que se piensa y la segunda la agresividad, soltarlo todo pase lo que pase y muchas veces, buscando la forma de “tener la razón”; saber lo que se quiere decir  y con qué propósito, valorar el momento oportuno, buscar la forma más adecuada para expresarlo, y mostrar la capacidad de enunciar inquietudes y defender derechos, tanto propios como los de los demás, sin renunciar a sus ideales y sin ofender a otros, pedir lo que se quiere, negar lo que no se desea y protestar si es necesario, mantener un sistema de valores, ideales, creencias y opiniones independientes así como exigir un trato digno y respetuoso para sí y los demás, son elementos de la expresión asertiva.[3] 

El último elemento que mencionamos al inicio, como indispensable en la construcción de la comunicación asertiva, es la escucha empática. Oír es un fenómeno biológico mientras que escuchar es un fenómeno social.[4] Hablar es una necesidad, escuchar es un arte, dijo alguna vez Goethe; y sí, no hay comunicación asertiva sin el elemento de la escucha empática, consciente y de la que escucha no sólo las palabras del otro, sino sus silencios, sus inquietudes y emociones. Si bien las habilidades anteriores (la voluntad y disposición de convivir con los otros considerados como legítimos y la firmeza asociada a la valoración y aprecio propios) tienen que ver con el interior de la persona, éste elemento de escucha empática tiene que ver con la forma en que somos capaces de tratar a los demás, de dar espacio a sus visiones del mundo, interpretaciones y valores distintos de los nuestros, estar abiertos a aprender de los otros e incluso, de transformar nuestras propias posturas, sin trasgredir nuestra identidad y dignidad. Escuchar para entender al otro y asomarnos al mundo desde su mirada, más que para responder, rebatir o descalificar, es escuchar para construir junto a los demás.

Creo que dos preguntas pueden orientarnos en la construcción de nuestra comunicación asertiva: ¿Esto que diré edifica o merma nuestro proyecto/relación/meta? ¿Estoy escuchando de forma que nos vincula o nos separa? ¿Esta forma de comunicarme, construye o destruye?


[1] RAE, https://dle.rae.es/asertivo?m=form, 2/12/2020.

[2] Flores, Fernando, Building trust in business, politics, relationships and life, New York, Oxford University Press, 2001.

[3] Angulo, Emir, Psicología de la Organización, Bogotá, Pearson Educación, 2008.

[4] Flores, Fernando, Ibid.


La inteligencia emocional. La relación entre las emociones y la experiencia de vida

En el blog anterior exploramos brevemente el surgimiento de los aspectos lingüísticos y emocionales en las ciencias de la salud, sociales y humanidades, en aras de profundizar el entendimiento del ser humano a lo largo del siglo XX, ampliando el concepto inteligencia, más allá de la capacidad racional, incorporando poco a poco la dimensión emocional para explicar mejor el comportamiento, la toma de decisiones e incluso la forma en que las personas logran sus objetivos. Después de décadas de investigación, una de las definiciones de inteligencia emocional a las que se llegó fue: las capacidades y habilidades psicológicas que implican el contacto, la identificación, el entendimiento y gestión de las emociones propias y ajenas, para lograr resultados positivos de forma individual y en sus relaciones con los demás.[1]

Hoy en día, se ve a la inteligencia emocional y la habilidad de gestionar las emociones como fundamental en las competencias psicosociales en todos los ámbitos en los que se desenvuelven las personas; se considera a las emociones como pre-formadoras de la realidad y experiencia de vida, influyendo como ningún otro elemento en el desenvolvimiento de una persona y sus alcances e impacto en una estructura social. Al ser una competencia (englobando conocimientos, hábitos, destrezas, comportamientos y valores) es algo que se aprende; es decir, más allá de las predisposiciones con las que nacemos como humanos, para desarrollar la inteligencia emocional requerimos de instrucción, acompañamiento y un proceso de enseñanza-aprendizaje. Este proceso sucede aún cuando no seamos consientes de ello; desde que nacemos estamos en constante aprendizaje y formación de nuestro ser emocional, tomando como referencia a las personas que nos rodean y su propia relación con las emociones. Por lo tanto, toda habilidad emocional (o la falta de) es un hábito desarrollado.

Después de lo que ya hemos mencionado en el blog anterior y en el presente, vemos que la toma de decisiones (en el espacio elegible[2]) que pueden llevar la vida de una persona hacia un rumbo u otro, está altamente influida por el mundo emocional. Incluso más allá de la toma de decisiones, la propia forma en que un ser humano interpreta su realidad y cómo cualquier estímulo externo detona pensamientos, sentimientos, recuerdos, acciones, reacciones y respuestas fisiológicas, depende mucho de las emociones. Y este punto es crucial, debido a que los científicos hoy pueden medir las respuestas químicas del cerebro y en todo el cuerpo de las distintas emociones, sabemos que el impacto emocional es decisivo no solo hacia fuera sino hacia adentro de cada persona. Cada emoción tiene su propia mezcla química en cada persona y la forma en que una persona responde emocionalmente a los estímulos externos se convierte en un hábito fisiológico. Estos hábitos se repiten una y otra vez en la vida de las personas y en el exterior, lo que es observable es que constantemente nos vemos envueltos en situaciones (el mismo tipo de relaciones, el mismo tipo de problemas o el mismo tipo de experiencias que vemos plasmadas en frases como “por qué siempre me pasa que…”) que nos generan las mismas emociones a las que nos hemos acostumbrado.

Algunos expertos[3] afirman que la clave de este ciclo de experiencias repetidas y la forma de interrumpir estos ciclos, mejorar nuestras experiencias y calidad de vida, se encuentra en la inteligencia emocional. Si la inteligencia emocional nos permite adquirir la habilidad de gestionar las emociones propias y ajenas, ¿cómo podemos saber que lo estamos haciendo? El conocimiento y observación de nuestras propias emociones, la forma en que tales o cuales eventos, personas o situaciones detonan las distintas emociones en nosotros y la forma en la que una vez dentro de la vivencia emocional (estar sintiendo la emoción) se detonan cierto tipo de reacciones en nosotros, puede ayudarnos a cultivar nuestra propia inteligencia emocional; si somos capaces de nombrar nuestras emociones, sentimientos y estados de ánimo (estos últimos se diferencian de las emociones al tener una duración mucho más prolongada que una reacción emocional momentánea, para incluso convertirse en parte de nuestra personalidad o “carácter”) y también de detectar nuestros hábitos y formas de reaccionar, podremos observar poco a poco el breve espacio que existe entre un estímulo externo y nuestra respuesta fisiológica y consecuente reacción. Si observamos y damos peso a ese breve pero determinante espacio, podremos elegir con mayor conciencia nuestra acción siguiente y convertir ese breve espacio en un campo de libertad. Es un campo de libertad porque estaremos interrumpiendo hábitos emocionales de antaño para elegir cuáles continuar cultivando y cuáles ya no funcionan para la vida que queremos construir; muchos de esos hábitos nos han apoyado sin duda a vivir y sustentan nuestras fortalezas, pero muchos otros solo nos sirven para sobrevivir de una manera poco plena. 

Al comenzar a abstraernos de las emociones, sentimientos y estados de ánimo, podremos darnos cuenta que la forma en la que hemos “sentido” hasta ahora no es la única forma posible para nosotros, pues podemos mejorar aquellos aspectos individuales que no propician contextos que nos apoyen a lograr los objetivos de vida que para nosotros sean importantes, podemos interrumpir hábitos y reacciones que no nos apoyen a mejorar nuestras relaciones y elevar nuestra calidad de vida y más aún, podemos sanar aquellas experiencias que generaron hábitos emocionales en nuestro pasado que nos llevan a repetir situaciones que no deseamos conservar en nuestro futuro.

Incrementar nuestra habilidad de gestionar nuestras emociones es un proceso, no un evento (como lo decimos muchas veces en Gestión del cambio). Sin embargo, estamos convencidos de que el cultivo de la inteligencia emocional tiene como recompensa la conquista de la libertad, la adultez (pues los niños más que gestionar, sienten intensamente las emociones interviniendo poco en su gestión, es decir, se dejan llevar por ellas) y la serenidad en los seres humanos. Apropiarnos del breve espacio entre el estímulo externo a nuestras emociones y nuestra respuesta fisiológica y posterior reacción, es apropiarnos de la libertad de elegir en quién me quiero convertir con mis acciones.


[1] Cfr. Goleman, Daniel, La inteligencia emocional. Por qué es mas importante que el cociente intelectual, 1996, Barcelona, Kairos Editorial, 396 pp.

[2] Es importante distinguir que hay un espacio elegible y otro que no lo es, dado que hay aspectos y espacios pre y determinados, como el lugar y tiempo en el que nacemos, o todo aquello que se encuentra fuera de nuestro ámbito de influencia.

[3] Nos referimos a expertos en el ámbito del estudio de las emociones como los que ya mencionamos en el blog anterior y sumamos a esa lista a Mercè Conangla, Jaume Soler o Joe Dispenza, por mencionar algunas referencias que consideramos ofrecen lecturas de divulgación y no sólo para expertos sino accesibles a todo público.

La inteligencia emocional

A principios del siglo XX las Ciencias Sociales y Humanidades se transformaron por completo con la aparición de la obra Tractatus logico-philosophicus del filósofo Ludwin Wittgenstein. El lenguaje se colocó en el centro de todo. Las teorías, análisis, obras y enfoques comenzaron a basarse en el llamado Giro lingüístico. Fue expuesto que el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que los seres humanos generamos una realidad socio-cultural a partir de los significados que producimos y reproducimos en nuestra visión del mundo. Esto significó una verdadera revolución en el entendimiento de los especialistas y en las herramientas que ofrecieron a la práctica humana en múltiples sentidos.

Décadas más tarde, un nuevo salto aparecería en el ejercicio de los estudiosos y especialistas, generando un gran impacto en la forma en que entendemos nuestra propia humanidad y la forma en que entendemos y nos relacionamos con otros: la inteligencia emocional.

La inteligencia emocional es uno de los conceptos clave del mundo de la psicología actual, con gran impacto también en las humanidades, ciencias sociales y por supuesto, las disciplinas administrativas y organizacionales.

Durante muchos siglos existió un paradigma alrededor del cual las emociones eran vistas como algo totalmente fuera del ámbito científico, pues difícilmente podían ser estudiadas metodológica y formalmente, por lo que representaban una especie de elemento secundario o atrofiante de la lógica y racionalidad humana. En este paradigma imperante por siglos (desde Descartes hasta la segunda mitad del siglo XX) preponderó la idea de que el conocimiento, el aprendizaje y la efectividad en los seres humanos, tenía mucho que ver con el coeficiente intelectual (QI). Es decir, mientras más pudiéramos dominar, controlar o alejarnos de nuestras emociones o pasiones, más inteligencia detentábamos como personas. Se llegó a pensar que el indicador QI era proporcional al éxito personal y profesional.

Ampliación del término inteligencia

En la segunda mitad del siglo XX aparecen tres obras que marcan el inicio de un nuevo entendimiento de la inteligencia: la Teoría de la inteligencia fluida y la inteligencia cristalizada de Raymond Bernard Cattell, la Teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y la Inteligencia emocional de Daniel Goleman.[1] Estas obras pusieron en evidencia que el IQ, la capacidad lógica y racional de un ser humano, no explicaba por completo el comportamiento, decisiones, acciones y éxito en una persona; asimismo, esas obras tuvieron en común que contemplaban rasgos de comportamiento, capacidades y personalidad derivados de las emociones y sentimientos en los seres humanos. Se definió a la inteligencia emocional como las capacidades y habilidades psicológicas que implican el contacto, la identificación, el entendimiento y gestión de las emociones propias y ajenas. Una persona emocionalmente inteligente es aquella capaz de gestionar satisfactoriamente las emociones para lograr resultados positivos de forma individual y en sus relaciones con los demás.

Hoy en día, pocos se atreven a negar la importancia de la inteligencia emocional en el desenvolvimiento de todo ser humano. La inteligencia emocional desempeña un papel central en el éxito o el fracaso de todo tipo de relaciones humanas, desde las sentimentales y familiares hasta los vínculos laborales.

Existen ciertas habilidades prácticas que se manifiestan con mayor intensidad en las personas emocionalmente inteligentes, tales como la empatía, la capacidad de motivación (tanto hacia uno mismo como hacia los demás), la autoconciencia, la capacidad de controlar la exteriorización de las emociones, el liderazgo, entre otras. Generalmente estas habilidades son utilizadas como indicadores de la inteligencia emocional.

También es un factor determinante en el funcionamiento de las organizaciones, ya que la empatía, autocontrol emocional y motivación de las personas puede condicionar el trabajo en equipo, haciéndolo más o menos eficiente y satisfactorio. Hoy en día, la inteligencia emocional y la capacidad de gestionar los estados emocionales de un equipo, son consideradas como competencias fundamentales en los líderes.

En un siguiente blog, hablaremos de las emociones como pre-formadoras de la realidad de una persona.


[1] A pesar de que otros psicólogos como Wayne Payne, Stanley Greenspan, Peter Salovey, John D. Mayer y Michael Beldoch ya habían utilizado el concepto de Inteligencia emocional, no fue hasta la década de los noventa cuando se popularizó gracias a la obra de Daniel Goleman.


Los senderos que llevan al mar

Si cierro los ojos y pienso en el presente de mi vida laboral, representada con alguna imagen, me imagino sentada en la desembocadura de un río; si miro hacia el frente veo el mar. Si veo hacia atrás veo cuatro vertientes de un río delta; cada vertiente tiene su propio recorrido y provienen de lugares distintos, pero al final se unen y se vuelven uno con el inmenso mar.

El mar representa el mundo en que los seres humanos nos desarrollamos laboral y profesionalmente; infinidad de lugares, pensamientos, creaciones, herramientas, movimientos, interacciones, palabras y muchas cosas más, puestas en marcha y sucediendo al mismo tiempo, como un inmenso un mar lleno de vida. En este mar tengo la fortuna de navegar en un velero llamado Transformación.[1]

El río delta y sus cuatro vertientes representa cuatro senderos que recorrí hasta llegar frente a ese mar; hubo muchos otros senderos muy importantes, en los que pude aprender y conocer a personas que atesoro en el corazón. Ahora sólo hablaré de esos cuatro senderos en los que, a través de cada paso, se grabó la esencia de mis padres y abuelos en mi quehacer profesional. Si bien somos encargados de darle forma a nuestra identidad y conectar lo que hacemos con un propósito personal y aquello que despierta nuestra pasión, realización y talentos, creo que mucho de lo que determinan nuestros gustos, preferencias o incluso aquello que llamamos vocación, la gran mayoría de las veces está íntimamente ligado a nuestros afectos más profundos.

Las cuatro vertientes del Delta: azul, verde, amarillo y rojo[2]

El primer sendero acompaña a un río azul. Es el río que representa la influencia de mi papá. Creo que siempre me ha producido mucha satisfacción y agradecimiento el hecho de que mi padre sea un enamorado de los libros. Gracias a su amor transmitido a mí en forma de letras, fue fácil para mí amar la historia, la literatura, la poesía y todo aquello que tuviera aroma de libro viejo.  En ese río azul también está la responsabilidad, la rigurosidad, el esfuerzo, la honorabilidad, honradez, compromiso y la entrega al trabajo. La belleza de auto-construirnos a través de nuestras acciones y el compromiso de contribuir con aquello con lo que nos ganamos la vida. Quizá tenía ocho o nueve años cuando me enteré que aquello que tanto me gustaba leer y aprender de mi papá, podía estudiarse como carrera y ser un trabajo real. Desde ese momento fue un sueño para mí estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Nunca me decidí entre Historia o Filosofía, así que elegí una carrera que contenía ambas: Estudios Latinoamericanos.

Otro sendero acompaña al río amarillo. Ese río representa la influencia y enseñanzas de mi abuela materna, Guadalupe. Ella murió mientras yo estaba en la universidad y no se cansaba de decirme que no sería historiadora o filósofa, que mi destino era leer el futuro de las personas a través de leer el tarot, las cartas españolas o las manos de las personas. Mucha gente creía que mi abuela estaba loca, otros tantos como una bruja o hereje, otros simplemente la veían como una mujer ignorante. Pero muchos más la veían como una guía espiritual y tenían fe en cada una de sus palabras. A mí abuela la visitaba casi todos los días una o más personas para saber de su futuro, consultar alguna decisión o para sanar. No era raro para mí conocer personas que ya conocían a mi abuela y que estaban agradecidas con ella por ayudarlas a sanar. Para mí, eso era ella: una sanadora. Aunque mi mamá no estaba de acuerdo y siempre me dijo que no creyera en eso que me decía, mi abuela me enseñó de la importancia de la vida espiritual, lo importante de escuchar a los demás y una convicción profunda de que las palabras sanan.

El tercer sendero acompaña a un río verde.  Este río representa para mí a mi abuela paterna, María; me llena de fuerza y dignidad mirar en ese río verde. Aunque nunca fue particularmente cariñosa, ella fue quien me llevó a mi primer viaje en tren. Fuimos a Zirahuen, Michoacán, donde ella nació y donde dio a luz a sus primeros tres hijos; el segundo, fue mi papá. Zirahuen significa Espejo de los dioses y Michoacán Lugar de los pescadores. Me enamoré de la casa de mis bisabuelos Rafael y Rafaela, del árbol de aguacate del patio, del olor en la cocina con estufa de piedra, de las casas con tejas y lo cerca que estaba la laguna. Zirahuen es un vocablo purépecha. Las raíces de mi familia paterna son tarascas y en nuestra piel y corazón hay un profundo amor por el campo, los animales, la naturaleza, la vida sencilla. La abundancia tiene un significado distinto al dinero: es la tranquilidad en el alma, la honestidad del trabajo, la mesa con comida que se comparte con la familia, el saber usar el poder curativo de las plantas, el respeto a los ancestros.

El último sendero es el que avanza con el río rojo, que representa la influencia en mí de mi mamá y todo lo que aprendí y sigo aprendiendo gracias a ella. Es el último de los cuatro no porque sea menos importante, sino porque fue el que más me tardé en reconocer en lo que hago. Para mi mamá siempre fue muy importante el apoyo a otros, el elegir y actuar teniendo en cuenta lo que es mejor para todos o al menos para la mayoría, la voluntad de buscar soluciones conciliadoras. Esta visión desde la que todo requiere tomar una perspectiva de gente, es algo auténtico y natural de mi mamá. Mi mamá es mi mejor maestra en la conexión con el corazón, de sentir y llorar con las películas, de cantar con sentimiento; ella me enseñó desde su ejemplo la fuerza y la valentía que se requiere para ser vulnerable y para perdonar; lo importante de escuchar y tomar en cuenta las emociones y posturas de los demás y, sobre todo, de tomar las oportunidades de contribuir y colaborar.

Gracias a andar estos cuatro senderos en tan valiosa compañía, llegué a salvo la orilla de un inmenso mar con el corazón lleno de enseñanzas y valores. En este mar he sido igual de afortunada, con maestros, amigos, compañeros y socios con los que puedo navegar y crear, honrando la historia, los senderos y los propósitos de cada uno de ellos.


[1] Transformación hace referencia a las formas en las que tengo la fortuna de participar en este mar donde los humanos damos forma al mundo a tavés de nuestro trabajo. Ya sea mediante la docencia en Historia, el ejercicio de la consultoría en Gestión del Cambio, la Capacitación, el Coaching ontológico o la terapia sistémica, en lo profundo hay para mí un mismo propósito: la transformación y el crecimiento de los seres humanos en nuestras comunidades y estructuras organizacionales.

[2] Estos colores, hacen referencia a los utilizados por Ned Hermann en su libro “The Whole Brain Book”, asignando el color azul para la preferencia cerebral “A” o Familia Racional, el verde para la preferencia hemisférica cerebral “B” o Familia Organizada, el color rojo para la preferencia hemisférica cerebral “C” o Familia Sentimental y finalmente el amarillo para la preferencia hemisférica cerebral “D” o Familia Experimental.